martes, 25 de septiembre de 2012

Odiólar

Por Luis Bruschtein

La DEA los puso en la mira. Con el dólar se compran casas, con el dólar se ahorra, con el dólar se viaja. Sin el maldito dólar no se puede hacer nada. Y algunos sectores de las clases media y alta sufren de su abstinencia como un cocainómano en bajón. Algo de eso tuvo el cacerolazo. Síndrome de abstinencia. La desesperación del adicto que no puede consumir, el drogón al que le sacaron el caramelo y arremete contra las paredes, trata de asesinar al enfermero, odia a los médicos que lo atienden y a los padres que lo internaron.

Seguramente fue más complejo, seguramente intervinieron muchísimos factores, pero cuando el Gobierno cerró la canilla del dólar gatilló un mecanismo asesino en esos sectores. Cada una de las medidas, desde los trámites con la AFIP por computadora que después rechazan los bancos, hasta el 15 por ciento de aumento a la tarjeta alimentó al asesino serial, al monstruo solitario que anida en la zona oscura del cerebro de un ser humano argentino, dizque civilizado.

La clase media kirchnerista o que no es antikirchnerista pudo elaborar esa abstinencia, sublimarla con un razonamiento político que va más allá de la bronca inmediata, una mirada que le permite ver por encima de las fronteras una crisis mucho peor que la falta del dólar.

En cambio para la clase media antikirchnerista, que había quedado aturdida después de las elecciones, la sequía de dólares operó como catalizador del pataleo, sumó y potenció toda la bronca. Es un estado de ánimo que reclama por los dólares, contra “los planes descansar” (la Asignación Universal por Hijo), y contra el pago de impuestos. Pero no menciona estos puntos. Prefiere hablar de la “korrupción”, de la falta de libertad o “diktadura”, del rechazo a la reforma de la Constitución, a la re-reelección.

Los reclamos que mencionan son los que se pueden discutir, pero no son los que encienden la llama del odio. El polvorín está en los temas que no mencionan y, sobre todo, o por lo menos el más extendido, el maldito dólar. O se lo menciona detrás de eufemismos como la falta de libertades (para comprar dólares) y algunas otras que equiparan mágicamente a la Argentina con Cuba y Venezuela.

Nadie se hace cargo del embole que produce en general a los sectores medios esa adicción. Más de un kirchnerista se tragó una puteada cuando viajó al Uruguay y lo estafaron con el cambio. O cuando alguna de esas medidas lo sorprendió en medio de una transacción inmobiliaria que se frustró o se encareció.

Esa es una discusión: la forma de cortar una adicción surgida en años de devaluaciones y corralitos que había convertido a la Argentina en el país con más dólares per cápita después de Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, hacer ese corte en el marco de una inflación importante.

El peligro de esa adicción en un país con inflación son las corridas cambiarias. Y el peligro es más grande aun cuando esas corridas muchas veces son provocadas por grandes empresas exportadoras para obligar a una devaluación drástica del peso. Y más peligroso aún es si esa corrida se produce en el contexto de una crisis mundial. Con ese marco, una devaluación forzada hubiera podido llegar a provocar una crisis peor que la híper de Alfonsín.

El contexto previo al cierre de la canilla era el de miles de millones de dólares girados al exterior o llevados al colchón. Un clima intoxicado con versiones de corralitos y devaluaciones que no ocurrieron. Los mismos empleados bancarios aconsejaban retirar los depósitos. Si esa corrida no paraba, la economía difícilmente sobreviviera. O sea: los sectores de clase media que están rabiosos porque tienen pesos pero no pueden comprar dólares, ahora no tendrían esos pesos para comprarlos. La canilla de los dólares se cerró para proteger a una economía que hizo prósperos a los mismos que reaccionan furiosamente contra esas medidas.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-204010-2012-09-22.html



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